En una sociedad cada vez más envejecida y aislada, la soledad se muestra como lo que es: un mal de nuestro tiempo, que limita la vida diaria, la felicidad y el desarrollo de la ciudadanía.

En nuestro imaginario están esas aldeas remotas, aisladas, por las que poca gente pasa en invierno y a las que muchos solo algunos regresan en vacaciones. Hoy, la epidemia de soledad que enfrenta nuestra sociedad nos amenaza a todos en mayor o menor medida.

En Reino Unido, Theresa May creó en 2018 el "Ministerio de la Soledad", dando así la razón a la OMS que alertó de lo preocupante de la situación: nueve millones de británicos manifiestan sentirse solos y hasta el 75% de los ancianos viven sin nadie que les acompañe.

En el caso español poco o nada se hace al respecto, nuestros dirigentes asumen la situación como una consecuencia en muchos casos de la despoblación del rural y, para el caso de las ciudades, de la falta de arraigo y redes familiares.

Resulta imprescindible que nuestros gobernantes lo asuman como el problema que es: la soledad lleva aparejados inconvenientes que afectarán a medio plazo al ciudadano: disminución de la sociabilidad, abandonamiento personal, falta de seguimiento médico, malnutrición, depresión, ansiedad, etcétera.

Debemos tomar conciencia del problema e intensificar el apoyo a programas concretos de fortalecimiento del círculo social, participación en actividades comunitarias, creación y fortalecimiento de centros sociales y ciudadanos, creación de áreas específicas de estudio. Hay ya exitosos casos en nuestra geografía y resulta imprescindible que desde los poderes públicos se realice una apuesta decidida por el bienestar de nuestros mayores.