Cada vez que un local histórico echa el cierre, algo se muere de un Vigo que echaremos de menos y nunca volverá. Porque una puesta de sol desde la terraza del Camaleón es algo que está en el recuerdo de casi cualquier vigués. Y no tiene que ver con el local en sí, ni con la concesión administrativa, ni siquiera con la ubicación? Tiene que ver con el imaginario de recuerdos, experiencias y sensaciones que todos atesoramos en nuestra historia personal. Es como un patrimonio intangible al que nos abrazamos nostálgicos y sonrientes, de un Vigo que siempre recordamos con cariño.

Y hasta ahí, porque ahora da miedo pensar en qué ocurrirá después. Que la lógica del corazón noble te lleva a pensar que lo derribarán, y que se aprovechará para que tarde o temprano se recupere Samil, y las dunas y alguna mente preclara decida devolverle a la playa su arrebatada belleza. Que honrará la memoria del Camaleón haciendo las cosas bien. ¡Qué bobalicón y naíf todo, eh!

Pues esperemos que así sea, y que no volvamos a ver otro esperpento urbanístico de ínflulas ibicencas plantado en medio de nuestra emblemática y mancillada playa para regocijo de cuatro listos que se dedicarán a calzar mesas con la Ley de Costas ante el horror y estupor de todos.

Porque aquello que no suma, resta siempre. Y a Vigo le toca recuperar la belleza y naturaleza que siempre tuvo por derecho. A Vigo le toca hacerse respetar, y que no volvamos a ver otra exhibición nauseabunda de pijerío trasnochado y mediocre a costa de nuestra hermosa ciudad.