Todos somos humanos y como tales cometemos errores. Incluso, a veces, no escarmentamos y volvemos a caer en la misma piedra dos veces. Suele pasar más a menudo de lo que pueda parecer, pero cuando se hace sin mala fe es muy distinto que cuando es intencionada o deliberadamente. El recochineo de la venganza o el desquite aflora al instante y la sensación es totalmente distinta.

Hoy, a la hora de las tazas, salió a relucir la relación cura-paisano-parroquiano. Y así en este entorno de Barcala, donde los actuales pastores de la Iglesia llevan cinco o seis parroquias los hay igual que la calidad del Ribeiro que nos vende nuestro tabernero; muy buenos, buenos, regulares y algún que otro que conserva cierta acidez, tanto en el trato como en tratar de hacer pasar por un aro imaginativo donde el desdén o el comodón se siente a sus anchas pasando olímpicamente de los problemas cotidianos de sus feligreses. Tal parece.

Mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, llega tan enrabietado y nervioso del pueblo, que a poco nos baña con el vino derramado al golpear el mostrador y a punto de romper la taza.

Viene de llevar unas flores a su madre, unas rosas olorosas de su huerta que tanto le gustaban. Allí la nueva encargada del cementerio se le queja de que no dispone de agua para regar o limpiar y que el reverendo le escatima o regula por el gasto que ello supone para el motor del pozo. Así que él tuvo que desandar lo andado para traer agua para el jarrón. Esta encargada, que muy poco cobra a cada propietario, casi una limosna, -él aparte de darle propina, siempre le recomienda que suba su paga- tiene otra idea del cementerio parroquial, pues ha sembrado más césped y quitado tanta y colorida flor y florero que parecía. Talmente parece otro, se hace más serio y ajustado al lugar. Le ha gustado y agradece dicho cambio.

Luego, a lo largo de las rondas, los dimes y diretes de los allí presente son todos coincidentes, y es una pena, pues ninguno habla bien del susodicho reverendo. Que si uno, por esto, que si otro por aquello o que a fulano, esto y a citano, aquello. Pocos amigos tiene el pobre, pues ninguno hay quién le eche una mano. Y es triste, pero esa es la realidad. Yo me callo y asiento, y recuerdo y no olvido, pero perdono y no echo más gasolina a la hoguera que arde entre selvas de incendio.

El final del tema lo sentencia mi amigo de marras sentenciando que lo único bueno que ve en los curas es que se consuelan de no haberse casado cuando oyen las confesiones de las mujeres. Lo que me da que pensar, y también, también que filosofar?