La justicia popular a veces se convierte en injusticia social cuando media la amistad, buena transmisora de sentimientos y emociones pero mala conductora de juicios y decisiones, por eso, cuando el ser humano fue consciente de lo peligroso de juzgar la vida de un hombre en la barra de un bar puso a funcionar su mente y creó la sala judicial, igual de concurrida pero que en vez de darte para beber, te da para pensar.

Si cada opinión popular fuera sentencia, el mundo entraría en crisis en un mes y en dos estallaría la mundial, lo cual revaloriza nuestro sistema judicial, capaz de aislarse de los sentimientos del exterior para emitir sentencias imparciales que solo se emiten desde la seguridad y el valor que da estar en posesión del conocimiento necesario para juzgar.

No puede ser mal país aquel en el que todos disfrutan de sanidad y justicia, en el que todos atienden sus heridas y defienden su honor.