Desde hace varios días llevo sentándome al atardecer grato de este mes de junio en un banco que un obradoiro o escuela taller -como prefieran- instaló delante mismo de mi edificio, en donde hay un cruce muy concurrido tanto de tráfico como de personas. Así que a veces, distrayéndome de unos y de otras, me he venido a fijar en una línea de terrazo de unos tres o cuatro milímetros que dejaron mal colocada dichos obreros -afiliados, acólitos o fans políticos, como también prefieran (alguno conocí que logró tres diplomas iguales de subvencionados en tres años seguidos)-, que quedó entre dos parterres totalmente dejados de la mano de Dios, que a poco que lleguen los calores tendrán hierba seca para apilar y conservar.

En ellos he clavado mis ojos cansados y he visto cómo por allí circulaban de un lado a otro una hilera de hormigas. Lo más curioso es que las que iban de derecha a izquierda lo hacían por el centro mismo de dicha línea y las que circulaban de izquierda a derecha, cuando se tropezaban con alguna que venía de frente, todas, pero todas sin excepción alguna, se apartaban subiendo por los bordes para dejarlas pasar. Y lo hacían siempre a más velocidad.

Después de mucho verlas y divagar, siendo mi entretenimiento para pasar el tiempo, y no teniendo la mente muy ocupada en cosas de importancia, llegué a la conclusión de que -no sé por qué curiosa interpretación política- las que se iban para la izquierda venían cargadas ya de votos y las que iban para la derecha iban corriendo velozmente también a por ellos.

Cuando le comenté esta conclusión a mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, me dijo que nada hay en el mundo tan común como la ignorancia y los charlatanes.

Hay la misma diferencia entre un sabio y un ignorante que entre un hombre vivo y un cadáver.