Llegó el verano amenazando con una ola de calor para decir, sí, aquí estoy yo. Pero las aceras se acortaron por las terrazas que persuaden clientes bajo esas sombrillas que se ven por todos lados, los festivales se anuncian más que la lotería del Niño y millones de turistas nos invaden en épocas muy señaladas para hacer gasto y deleitarse con los múltiples y variados planes de ocio de la península y sus islas. Claro que, analizado desde la perspectiva económica, los negocios de turismo y hostelería disfrutan su quimera de oro en base a los números de las estadísticas previas a pasados años, así como cuelgan en sus páginas de reservas online "full-out" y sus dueños sonríen mientras cuentan billetes.

El turismo actual, en vista de la regresión económica vivida, nos distanció de los estándares de calidad que manejan otros países de la UE, y somos el paradero del derroche de los jóvenes y otros no tan jóvenes motivados por "el alcohol, las drogas, las fiestas interminables y demás fullería". ¿Interesa? Sí, porque se entendió lo que había y se arrimó hacia ahí. Y el turismo selectivo de clase media alta -de apartamentos vacacionales, de reservas matrimoniales en hoteles y de excursiones con los pases vip infantiles gratis- son un pastel que en manos poderosas está y entre ellos se lo reparten, porque invierten lo que los demás no pueden.

Lo que no cambia, los que no están de fiesta ni son de clase media, los currantes. Los que sudan al sol con el sudor pegado en la camisa y el pantalón negro con una sonrisa después de quince horas y diciendo "gracias" luego de servir un par de vermús. Los botones, los camareros, las azafatas, los recepcionistas, etc. Esos no ven una variación para nada. Siguen igual que hace diez años. Cobrando una puta mierda y trabajando como verdaderos esclavos. Y lo sé, ni tú, ni yo, ni él podrá cambiar el mundo cuando la realidad se resume en "quieres comer, pues trabajas de lo que hay". Pero también digo, que luego no nos echemos las manos a la cabeza cuando la gente no gasta, no invierte, no compra, no estudia, no viaja y solo se queja.

Al final, se logra que la distancia entre bien y mal (a buenas entendederas sobran palabras) sea cada vez más grande. ¿Y los que pudieron tener acceso a un buen nivel de estudio? Esos no están en esta nuestra España. ¿Saben por qué? Porque trabajar de falso autónomo aprovechándose del tío que le da al pedal en la bicicleta para llevar los recados a otro que se olvidó y luego le dan tres euritos y una palmadita, creo que dista mucho de una realidad ética o moral. Y sí, lo discutí con un amigo de los que las pasaron en su infancia duras y maduras, y como dice él: "Ti preocúpate por ti", y lo remata con: "Quen almorzase un vaso de auga con azúcar antes de ir pa escuela que veña pa aquí falar conmigo". Sentencia: "Está montado así".