En la Universidad existe ya tradicionalmente la figura del profesor emérito para aquellos docentes que han destacado en su trayectoria académica y a los que, al llegar la edad de su jubilación, se les permite continuar impartiendo algunas clases y colaborando con su facultad.

En la enseñanza no universitaria no había nada parecido hasta que la Junta de Extremadura decidió por su cuenta en 2012 crear la condición de emérito también para el profesorado de institutos y colegios públicos.

Para acceder a este título, los profesores jubilados de primaria o secundaria deben acreditar, en principio, unos tres años consecutivos o cinco salteados de colaboración con un centro de enseñanza o con la administración educativa en labores de innovación docente, formación del profesorado, apoyo, o cooperación en actividades extraescolares y culturales. El título es meramente honorífico, no retribuído, pero se considera un galardón relevante que es objeto de conmemoración con un acto oficial al producirse el nombramiento.

En Galicia y en las demás comunidades hay profesores jubilados que siguen colaborando con sus antiguos centros desinteresadamente. Son un capital humano importante por su experiencia y sabiduría, y pueden aportar mucho todavía al mundo de la docencia y a las actividades complementarias de los centros. No estaría de más que, al igual que ha sucedido en Extremadura, también aquí se les reconociera y premiara su dedicación con, al menos, una distinción simbólica que les permita, cada vez que participan en charlas o publicaciones, o que son mencionados por otros, añadir a su curriculum algo más que la etiqueta de "jubilado".

En un país que cuenta con un Rey Emérito aunque ya no desarrolle actividad pública, sería de entera justicia adjudicar también este término a quienes ayudan sin cobrar un euro a la buena marcha de la educación pública.