Hay un sentir bastante generalizado en torno a una mujer extraordinaria como es Guadalupe Ortiz de Landázuri, una idea que surge de inmediato cuando se comenta alguna de las biografías escritas sobre ella, aunque creo que de un modo especial en la última editada: "En vanguardia". Es la impresión de que esta santa -en ciernes- es de las nuestras, es de nuestro nivel, por así decir, tuvo las mismas luchas que muchos cristianos de la calle, empeñados en vivir cara a Dios.

Es ese descubrimiento de que Guadalupe no fundó nada, no fue mártir, no salió en los periódicos por algún hecho extraordinario. Por eso el lector sale muy reconfortado.

Es verdad eso de que todos podemos ser santos. Porque, ¿qué aprendemos de ella? Vemos alegría. Una alegría constante, lógica, porque está cerca de Dios, porque está pendiente de los demás.

O sea, una felicidad normal, asequible, porque todos sabemos que podemos mejorar en el trato con los demás, que podemos ser más generosos.

Todo es ponerse. Yo, que estuve presente en su beatificación, siento una gracia y una devoción especial por esta persona tan de la calle, tan nuestra.