En esta sociedad tan compleja como la nuestra, en donde la mayoría de las instituciones sociales del ayuntamiento, dentro de la gripada maquinaria burocrática no consigue despegar del todo de la locura de los límites que se ha impuesto a favor de los más necesitados, nos llevaran irremediablemente, -ya se están dejando llevar ante tanta desigualdad y pobreza- a ocuparnos de ocurrencias de mala gestión en donde la corrupción y el clientelismo tienen toda su razón de ser y en donde se descubren cada vez más "tapaderas".

Y en Negreira -como en otros tantos sitios, no iba a ser menos- también se está haciendo desbaratadamente muy mal.

Viene esto a cuento de la regañina que tuve que aguantar de un familiar que cada vez que acudía a un súper a hacer la compra o recados suele dejar un paquete de algo comestible en la caja o cajón allí expuesto para los más necesitados, (ahora ya no y nunca jamás lo tiene jurado) que luego, bien el Ayuntamiento -que también con la colaboración de la Cruz Roja- o bien una asociación caritativa reparte a los más necesitados.

No hablemos ya de las pequeñas obras o reparaciones que se les hace en sus casas, que para nada atienden a las indicaciones o ruegos de sus moradores.

Surgió esta regañina -que varios días duró- de que aquel día entrando en el súper vio cómo salía una musulmana -no tengo nada contra los árabes, incluso ahora mismo estoy leyendo a trozos el Corán-; salía toda contenta con un carrito atiborrado a tope de alimentos donados a tal fin.

Ya sé que el hambre no admite distingos entre razas o etnias, pero este mi familiar sabía, como sé yo y debían saber los concejales y asistentas sociales con su alcalde en la cabeza, que hay razones y hechos puntuales que merecen más atención, vigilancia, análisis y reflexión. Lo mismo pasa con la asistencia social a domicilio, pero ya más escandaloso, pues hay gente de bien que tiene hijos y nietos que permiten tales ayudas. Sé de buena tinta, por vivirlo, que algunas personas mayores no saben ni tan siquiera abrir una lata de carne o conservas que les dan, y que o las tiran a la basura o en el mejor de los casos hacen amigos o devuelven favores a los vecinos. Mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, remata y sentencia este mi comentario, mientras saborea su ribeiro diciendo que algunas instituciones son iguales, por su pereza y abandono, como un reloj sin cuerda.