Caminaba por la acera de los impares, escuchando jazz, pasivo ante la vida. Un portal se abre súbito y aparece un tío nervioso pero muy amable:

- Hola, mira, perdona -me asaltó educadamente-, no sé donde tengo mi teléfono y no hay nadie en casa, ¿te importaría llamarme? Tendríamos que subir, es un tercero -sentenció con los ojos embriagados en la desesperación.

Acepté. Aquella persona me dio lástima. Llegamos a su puerta sin intercambiar palabras, desconcertado y con cierta desconfianza. Abrió su casa de par en par y me dijo:

- Mira, lo he escrito yo.

"Fue un sueño muy bonito/ fue un sueño pero despertó,/ no era santa ni poeta,/ tenía pillería en el corazón,/ fue lo mejor de mi vida/ fue, porque hoy ya no/ mil y una noches con sentimientos/ mil y una, que no ya dos."

Repitió en susurros para sus adentros esta estrofa de su puño y letra, una y otra vez, obviando mi presencia como si fuera su vivo reflejo en el espejo. Inquieto, logré descubrir por el hueco de la puerta unas cuantas cervezas vacías sobre una mesa, cargadas de sentimientos de amor roto y profunda melancolía.

- ¿Para quién es? -pregunté esquivando el tema del móvil.

- No puedo -agregó con los ojos embadurnados en lágrimas.

- Deberías ponerle un título -sugerí cual estudiante en letras.

- Tienes razón -miró al suelo en busca de inspiración-. No sé.

- Carta a un sentimiento -pregunté irónico.

Sonrió, convencido y agradecido. Cerró la puerta y se despidió, "suerte, campeón".