No parece que Xi Jinping vaya a respetar los deseos de la Unión Europea. Le interesa mucho más fomentar la división, la asimetría en las relaciones internacionales, como muestran sus relaciones especiales con Italia, más favorable en la actual coyuntura política al proyecto chino de "nuevas rutas de la seda". El presidente pidió en París que se supere la "desconfianza", pero no ofreció garantías que despejen las "sospechas", sobre todo, cuatro días después del acuerdo firmado en Roma.

Desde luego, las potencias europeas se mueven por legítimos intereses económicos y comerciales, que ponen entre paréntesis la clásica beligerancia a favor de los derechos humanos. Airbus está por delante de las libertades del pueblo chino, aun comprendiendo la complacencia de los propios ciudadanos del continente amarillo, que anteponen el bienestar a la participación política.

Xi Ping juega a su favor con esos factores, como da la impresión de que está haciendo también en sus relaciones con el Vaticano. No consta que haya tenido el menor gesto de aproximación durante su estancia en Roma. Tampoco la Santa Sede ha publicado el acuerdo provisional firmado en septiembre con Pekín, lo que hace más difícil valorar el volumen de noticias -a menudo contradictorias- que llegan de la vida cristiana en aquella región.