Ha llegado el momento de repartir las cartas para el día del Juego Democrático en el Gran Casino del Poder. Hagan juego, señoras y señores y apuesten a su color favorito: el azar se encargará de premiar al ganador. Y allá vamos todos, salvo los cada vez más numerosos incrédulos, dispuestos a ganar el envite, cada uno con sus ilusiones y resquemores a cuestas, confiando en la neutralidad del Estado-crupier. Pero hay una trampa de inicio, invisible, como en todo casino que se precie: las cartas están imperceptiblemente marcadas. La Dirección del Gran Casino, los que manejan el cotarro tras las bambalinas -el aparato estatal; las fuerzas vivas económicas, sociales, políticas y los medios a su servicio-, lo que podríamos llamar columna vertebral del sistema, saben quién puede ganar y, sobre todo, quién no puede ni debe ganar.

Ilustremos lo dicho: el reciente caso Villarejo y las cloacas del Estado -controladas por el Gobierno del PP- en relación con Podemos, para evitar el riesgo de su posible llegada a la cúspide del poder político en 2015, utilizando para ello toda su capacidad de mixtificación, calumnia y falsas noticias (las famosas fake news), influyendo en el ánimo de sus posibles votantes. Si hasta aquí llegaron, en base a un hipotético riesgo; qué no harían si llegara a presidir el Gobierno, o lo condicionase formando parte importante del mismo. El toque a rebato sería inmediato, impúdico y categórico: en primer término al PSOE, por elementos externos e internos, para anular toda voluntad de colaboración -donde Sánchez volvería a desdecirse de su pasado arrepentimiento ante Jordi Évole-, enfocándolo hacia Cs, coalición ansiada por la Gran Patronal y todos los partidarios de no tocar el orden establecido; si esto fallara, la salida de capitales, la caída bursátil, las amenazas del caos económico y social, serían los elementos de presión utilizados sin pudor para anular la decisión, sagrada, de las urnas.

La campaña ya está en marcha; así vemos a las derechas autoproclamándose constitucionalistas en exclusiva -ellos, que la incumplen en todos los aspectos sociales-, incluyendo a los pseudo-centristas de Cs, que serían el centro deseado, capaz por definición propia de pactar a diestra y siniestra, y que ya han renegado de todo posible acuerdo con Sánchez, rivalizando con la derechona de siempre en mensajes sectarios excluyentes.

En resumen, si gana la caverna hispánica, trasunto específico y único de las derechas europeas demócratas, no pasa nada: las sufridas y respetuosas izquierdas se resignan sin muchos aspavientos -no disponen de los grandes medios creadores de opinión-, y a esperar con paciencia la próxima cita electoral. Si pierden, tenemos ya la traca asegurada desde el primero al último día de legislatura, con toda la furia y falta de respeto institucional incluidos. Con estos mimbres, me pregunto: ¿Merece la pena participar en esta comedia del "juego democrático", donde ya se sabe quién será el perdedor en cualquier caso? ¿No habría que considerar otras alternativas?

Hagan juego, señoras y señores, la banca siempre gana.