Poseo un negocio sencillo, una gorra y un cartel: "Necesito dinero para comer", breve pero contundente. Comparto camino en la ciudad con mucha gente, necesitan su trabajo y yo necesito que lo conserven y también su caridad. Los observo pasar sin molestar con mi mirar, pues en mi trabajo va ser humilde por obligación y no por natural, si miro de más puede ser que ese día ni coma caliente ni duerma en la pensión, hay quien solo me da si me levanto y pido con dignidad pues dicen que no es vergüenza pedir sino dar con soberbia y altivez, pero también hay quien solo me da si inclino generosamente mi personalidad, igual me da, la dignidad no la mide la inclinación corporal, se tiene o no se tiene. ¿Cómo podré avanzar en mi negocio si esta buena gente que veo pasar desde hace seis meses piensa que estaba en un lateral de la calle por primera vez esta mañana? Quizás les comunique su falta de compromiso, pues si va mal es por no tener cartera de clientes, solo un molesto espejo que algunos por evitar simulan ver en la otra acera algo que no hay y que refleja lo que la vida ofrece cuando menos uno espera, esperanza en que si la vida no cambia por lo menos pase sin pausa pero con prisa, nunca a un reo se le endureció con agravio la condena cuando esta fuere penosa como la de tener vida y no poder compartirla ni con familia, amigos ni consigo mismo.

Así es la ley del que nada tiene: ¿pedir para comer, beber para no pensar y vivir, para qué? Si muchas leyes pedimos y a menudo conseguimos cambiar ¿por qué esta no puede ser igual? Será porque quien pide su derogación no es la sociedad, sino quien por no tener ni opinión le concedieron sin previa solicitud la exclusión.

Pero quizás aún exista esperanza mientras la hoguera caliente igual en el palacio que en el barracón y aunque unos la rodeen con marisco y otros con un pedazo de pan con lacón todos busquen lo mismo, amistad y conversación al refugio del mismo calor.