Este ha sido el año del "Me too", del hacer hincapié en que una sociedad moderna debe subsanar los agravios comparativos que todavía afectan a la mujer, de la lucha contra la violencia machista... Si bien todos ellos son pasos en la buena dirección, resulta prudente advertir que, como en cualquier proceso histórico de reversión de una injusticia, han de vigilarse los excesos que pueden menoscabar la consecución de los objetivos buscados.

A ese respecto, llaman la atención las últimas cifras publicadas por la Fiscalía General del Estado sobre denuncias falsas de violencia de género: en 2017 se interpusieron 166.260 denuncias por este delito y solo en 2 ocasiones el procedimiento se resolvió con una sentencia condenatoria por denuncia falsa. A primera vista esas cifras parecen indicar que nuestro sistema judicial y el marco jurídico del que nos hemos dotado es eficacísimo puniendo al infractor y que su margen de error es ínfimo. Tanto es así que, si usted es varón, la probabilidad de le toque el Gordo de Navidad (1 entre 100.000; es decir, un 0,00001%) es casi la misma de que le interpongan una denuncia por violencia de género y que esta resulte ser falsa (2 entre 166.260; un 0,000012%).

No obstante, es bien sabido que en estadística todo depende del cristal con que se mira. Así pues, otra forma de presentar las cifras que recopila la Fiscalía sería señalar que esas dos condenas por denuncia falsa representan en torno a un 10% del total de causas incoadas (23) y que el resto, 21, seguían en tramitación a la fecha de finalización de la Memoria de la Fiscalía, con lo cual ese porcentaje debería resultar considerablemente más abultado.

También chirría el hecho de que el 33,8% de los hombres juzgados por violencia de género en 2016 resultasen absueltos (ABC, 10 de septiembre de 2017), que buena parte de esos 48.297 caballeros no culpables hayan pasado al menos una noche en prisión y que dichos datos no figuren en la Memoria de la Fiscalía, bajo la dirección de la Sra. Segarra Crespo.

Aunque sin el aval de la estadística, muchos lectores estarán al corriente de que en procesos de divorcio no pocos letrados aconsejan a la mujer interponer una denuncia de malos tratos para asegurarse la custodia de los hijos (pues un padre sobre el que pese una denuncia por violencia de género pierde en la práctica toda opción de custodia), y algunos quizás sepan que en casos más aberrantes, cuando el padre tiene ya la custodia, no es inaudito que se recurra a denuncias falsas de abuso sexual a menores para apartar al progenitor de los hijos a su cargo.

Aún a sabiendas de que el enfoque planteado en esta carta no se ajusta a la "moda" de opinión actual, quizás una interpretación ligeramente discrepante de lo que vivimos -como escribía Orwell "La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír"-,pueda enriquecer el diálogo sobre estas cuestiones.

Por los motivos expuestos, animaría a mujeres y hombres a implicarse en un feminismo bien entendido, maduro y libre de maquiavelismos, que permita seguir materializando reivindicaciones justas.