"Patrias de nailon, no me gustan los himnos ni las banderas" (Mario Benedetti).

Yo puedo sentirme vinculado en este barrio en el que vivo, en donde me crié hasta la juventud, pero no me siento vinculado a una patria, inexistente sustantivamente hablando. Es un concepto abstracto, una invención con el fin de someter al conjunto de individuos por la clase dominante. Una clase dominante que plasma el concepto en un mapa geográfico con delimitación de fronteras artificiales. Dentro de esas fronteras, para invocar la pertenencia a esa patria se enarbola una bandera, se musicaliza un himno. Son los símbolos inequívocos de un patriotismo otorgado. Señas de identidad dinastía borbónica, cúspide de nuestro ordenamiento político y social. Señas traslativas a la clase política y ésta al alimón con la citada dinastía, se sirve de ellas para tapar sus propias vergüenzas: corrupción, nepotismo, saqueo de arcas públicas, tenencia de bienes en paraísos fiscales. Acudo a las palabras de Antonio Machado: "En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros los señoritos invocan la patria y la venden. El pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva" ("Carta a David Vigodsky", en Leningrado, 20.02.1937).

Me niego, Sr. Casado y quienes que con usted comparten esa patria de tela roja y gualda, a colgar tal pendón en mi balcón. Si una patria es un sentimiento de unidad, de sentirse parte de una comunidad cultural, yo no me siento unido a esa patria que predican. Mi patria es mi gente. Mis coetáneos que con su pensión se las ven y las desean para llegar a fin de mes; los jóvenes que con tanto esfuerzo hemos formado y que al no encontrar trabajo en "su patria" emigran; inmigrantes que arriesgan su vida en la mar y llegan a nuestras tierras para ser explotados; mujeres víctimas de la violencia de género y de una judicatura machista. Esa es mi patria, esa es mi gente. Gente de la que usted, los suyos y los otros secuestradores del poder, parasitan; gente a la que usted le niega un SMI de 900,00 euros/mes; gente que no necesita bandera porque nada tiene que ocultar; gente que respeta al prójimo de las comunidades culturales vecinas, que hablan distinta lengua y aspiran a construir un proyecto político propio.

Al no compartir su patria, en este pasado doce de octubre no he tenido nada que celebrar. Y me solivianta, el que se haga coincidir la fecha con la que hace más de quinientos años se llevó a un continente desolación y saqueo enarbolando una cruz y blandiendo espadas y arcabuces. Una fecha misma en que esa patria, supuestamente como estado no confesional, profesa solemnemente la iconodulía a un icono marianista, declarado patrona de la Hispanidad.