"El agradecimiento es la parte principal de un hombre de bien" (Francisco de Quevedo).

No soy quien para calificarme como un hombre de bien, si bien he procurado no hacer daño a nadie. Intento, plagiando el poema de José Martí, cultivar una rosa blanca para el amigo sincero que me da su mano franca igual que para el cruel que me arranca el corazón con que vivo.

Recorro las últimas etapas de la vida. Cargo a mis espaldas un pasado ahíto de buenos y malos recuerdos, y un presente en que afloran los agradecimientos a quienes me hacen más llevadera la senectud. Y deseo, hoy, manifestar mi gratitud al periódico Faro de Vigo al permitirme abrir un hueco en sus páginas, acogiendo con generosidad mis cartas, transcribiendo fielmente fondo y forma. Y ello me congratula más al descubrir que existen en este país medios de comunicación escrita valedores de la libertad de expresión. Mi agradecimiento es mayor, en tanto y cuando pueda que yo invada con asiduo egoísmo un espacio a otros lectores ávidos de manifestar sus dichas y sus cuitas. Y manifiesto cierta satisfacción al haber escrito en un periódico en el que colaboran primeras espadas del periodismo o notables plumas de nuestra literatura.

Los ourensanos, históricamente, hemos sido protagonistas de atávica emigración. En el pasado tuve que abandonar los lares patrios por ahogo de aquella larga y pétrea dictadura. Hoy sin moverme de casa, mi mente emigra a través de mi ventana abierta hacia la Ría de Vigo. Respiro su aire mareiro. Me transformo en golondrina y aleteo surcando el Atlántico desde el Berbés a Baiona, desde Panxón a Cangas y Moaña. El vuelo de un ave como alegoría de la libertad. Mi villa es una olla orográfica. Bocarribeiras que se desparraman hacia el Miño y que acortan el vuelo. Anillo geofísico que oprime cuerpos y almas. Humanidad esclavizada por el subdesarrollo, y cuya prensa local es tributaria de una dinastía, que se eterniza por el voto cautivo, o por el voto del miedo al cambio. Lo malo conocido por lo bueno desconocido, como moneda de cambio. Ourense, urbe y provincia, son la excepción en el mapa político gallego.

Mi gratitud reitero a ese periódico, por haberme dado altas dosis de oxígeno para sobrellevar esta vejez, saturada de escritos y lecturas. El cansancio llama, hoy, a mis dedos. Llega ataviado del chemma y hablando en amárico. Me invita a la lectura. Solamente espero que en un mañana, no muy lejano, con la venia de Hades, la redacción del Faro de Vigo me vuelva abrir la ventana para que me entre su aire mareiro, y, así de nuevo, desplegar mis entumecidas alas.