Mientras en la Iglesia se habla de las llagas del cuerpo de Cristo; mientras los titulares de estos días se vuelcan en el problema de la pederastia en el clero norteamericano, aquí, en España, lo que ha centrado la atención son las grietas.

Las grietas de las iglesias físicas, de los templos. Hasta el punto que el arzobispado de Burgos ha lanzado una original campaña que dice "Grietas, heridas de nuestros pueblos".

Sí, es cierto, las grietas de tantas iglesias son heridas de muerte a nuestros pueblos.

Es habitual que en el verano los pueblos se llenen de los hijos que un día abandonaron el solar familiar. Por más que se empeñen las autoridades pertinentes, la identidad viva de los pueblos pasa por la vitalidad de la comunidad de fe que es la parroquia, que tiene como edificio el templo, o los templos. El principio del fin de muchos pueblos llegó el día en el que el sacerdote dejó de ir a celebrar misa el domingo.

Uno de los problemas más importantes a los que se enfrenta la Iglesia en España no es sólo la falta de vocaciones, sino el efecto de esa pérdida de presencia sacramental en la vida de los pueblos.