Lo diré una vez más -luego callaré para siempre-, con paciencia eso sí, y muy lentamente, sin alborotarme lo más mínimo, que el topónimo de Negreira es negreirés o negreiresa.

Así consta en los distintos decretos y leyes de la Xunta ya desde hace años.

Cada vez que leo en la prensa u oigo en la radio esta dichosa palabreja de nicrariense (de Nicraria por Negreira) un enorme desaliento invade todo mi cuerpo, espíritu incluido.

Lo mismo que cuando alguna persona presente que se cree culta y docta lo pronuncia con devota entonación, tal que recreándose alargando sus sílabas.

Es la espuela que me hace saltar para volver a ponerlo en claro que eso es una majadería completa de no sé quién culto amante de pensar de más.

Últimamente, incluso, y pásmense, hay quien me llama la atención por no retener la carcajada. Tercos hay a los que no me queda otro remedio que tener que responderle con dos y un palito. Es decir, darle fiesta con orden y concierto.

Pero es inútil. Convenzo a muy pocos. Solo a alguno. Y eso que suelo decirlo con tacto, trato y trazo. Vamos, muy suavecito y elegantemente, amén de querer agradar. Pero no, hay muchas mulas de varas, tantas como imbéciles que gritan fuerte. Ya digo que no hay modo. Porque no lo hay. No es coña.

Lo acojonante es que cada vez, a pesar de lo escrito y dicho, no decae y lo sigan diciendo y pregonando, habiendo seguidores o papanatas que incluso les aplaudan y copien a mansalva.

Remedando al consejo de mi amigo, el más viejo de la aldea, que en Madrid, como en Linares, veinte mulas son diez pares, en Madrid como en Galicia el vecino de Negreira es negreirés o negreiresa. Queda dicho.