En una facultad, varios estudiantes abandonan el aula donde acaban de realizar la prueba de lengua inglesa en la última Selectividad. Comentan que les ha resultado difícil -algunos incluso la tachan de "barbaridad"- porque no entendieron palabras como "philanthropy" o "cosmopolitan", que nunca estudiaron; solo unos pocos que cursaron en segundo de Bachillerato Historia de la Filosofía (antes común y ahora optativa solo para los de Letras) conocían su significado y salen airosos del examen. Esta escena, basada en hechos relatados por un profesor, muestra cómo la disminución de la formación filosófica debida al plan de estudios vigente no solo perjudica a la cultura general y al desarrollo del pensamiento de los jóvenes, sino que acarrea un considerable déficit en un vocabulario conceptual que es similar en las lenguas de nuestro entorno. Sería deseable que, entre la batería de cambios promovidos por el nuevo gobierno (cuya titular de Educación, por cierto, es licenciada en Filosofía a la vez que en Inglés) se incluyera la subsanación de ese déficit a través de la reposición como asignatura común de la Historia de la Filosofía, cuyo acervo intelectual, tanto en lo referente a las ideas y razonamientos de los autores como al léxico empleado para expresarlos, resulta irrenunciable para que los futuros universitarios puedan disponer del bagaje cultural que necesitan.