He de reconocer lo mucho que me deleita el gran interés que las autoridades de nuestra comunidad autónoma están mostrando para exigir al nuevo Gobierno que se cumplan los plazos con los compromisos inversores en Galicia. Muy especialmente el famoso AVE, aquel que el exministro Álvarez Cascos nos había prometido ya para 2001, 2002, 2005...

Me quedo muy tranquilo sabiendo que, según nos cuentan, a finales de 2019, podremos disfrutar de aquello que ya nos han prometido en forma tan insistente como falsa y grosera y que, por cierto, en el resto de España llevan disfrutando ya 30 años.

Echo de menos que ante tal hemorragia inversora y de compromiso, el actual presidente del Gobierno no haya hecho lo propio y, le haya preguntado al de la Xunta cuándo piensa mover un solo dedo para garantizar que la situación de extrema gravedad generada por la sequía de hace un año, y que estuvo a punto de dejar sin suministro de agua a las grandes ciudades gallegas, además de poner en grave riesgo la permanencia de muchas industrias de nuestra comunidad, no vuelva a repetirse.

Me estremece saber que quien tiene identificado un problema de tal magnitud y de imprevisibles consecuencias, lejos de afrontarlo, llamar al consenso y buscar soluciones para resolverlo de forma constructiva y civilizada, lo utilice como arma arrojadiza contra un rival político, sin importarle lo más mínimo las consecuencias de tales acciones.

A día de hoy seguimos expuestos a que un nuevo ciclo climático con ausencia de precipitaciones nos deje de nuevo a los pies de los caballos. En todo este tiempo no se ha tomado una sola medida que no sea la utilización política de la situación. Vigo, Mos, Redondela, Baiona, Porriño, Nigrán y toda la mancomunidad están expuestas a una situación de emergencia grave, por falta de agua, pero lo único que parece importar es hacer política de trinchera y propia a arrabales. El no desarrollar políticas y planes destinados a paliar este grave problema es el acto de inconsciencia y negligencia política más clamoroso que jamás haya visto. Como vigués y como gallego me siento tremendamente defraudado por una gestión más propia de repúblicas bananeras que de un estado de derecho como el nuestro.

Quizá, solo quizá, sea necesario que prospere una moción de censura en Galicia contra el actual Gobierno, para que los cesados comiencen a exigir a quienes lleguen que se haga aquello que ellos no hicieron. Sería gracioso, ¿verdad?