Es, dicho claro y pronto, una invitación al vomito. Así que lo que digo, lo digo claro y tan fuerte como pueda ser capaz. Eso sí, con la camisa algo desabotonada. Pero sin mucha provocación.

Noto que he madurado regular. Y no se nota. Y eso a mis años debería ser motivo de preocupación. He tenido que dejar pasar unos días, como reposo o cámara frigorífica, igual que si de pulpo o carne se tratase. Luego me he puesto serio, ponderado y riguroso en el análisis realizado. Pero algo de frustración reprimida aún me queda. Pero después, allá a la tarde-noche, con el tercer gintonic de Larios, al fin me siento libre, cómodo y a gusto. Y respiro aliviado.

Pero los demonios van por dentro. Y los siento. Hay cosas que rompen la arboladura del sentido común de la que cuelgan ya demasiadas velas de tantas trivialidades que nos acosan por aquí y por allá.

Pero lo que tenemos es esos ramalazos de hacerse notar, que no son otra cosa que tics de una trasnochada rebeldía juvenil, algo que en condiciones normales -salvo lastre de alguna patología o ideología radical-, solo suele superarse con los años.

Viene todo esto a cuento de que en este pueblo de Negreira, aparte de tener un muy alto índice de tontos por metro cuadrado, tiene también unos políticos que se las traen de innovadores o progres, vamos, de querer estar al día y así nos han dejado ondeando durante varios días la bandera del arco iris en la fachada de la Casa Municipal y Auditorio. Que era lo que nos faltaba a los más viejos llegar a ver. Como si lo de ser normal -o normalito-, ya no se llevara o, incluso, fuera ridículo.