Los europeos, concretamente los españoles, hemos aprendido a lo largo de la historia a describir la realidad social de manera bien sesgada y trocada o desfigurada, según convenga a la cultura costumbrista a la que durante décadas o siglos se acomodaron y con la que hoy aún se sienten arraigados, de forma adversa a lo que trascienda y ponga en hesitación su libreta de valores.

Con el tiempo se ha llegado a profesionalizar la picaresca hasta alcanzar cum laude a negarse evidencias o hechos probados, incluso a opinar, suponer y sospechar de todo lo que todavía no se haya producido adoptando gestos o posturas ante cualquier hipótesis o realidad inexistente hasta convertirla en pura tracción de posverdad o realidad propia para sí mismos.

Y en ese intre político estamos a pocas horas de haberse aceptado y aprobado la moción de censura y con ella alzarse un nuevo gobierno de ministras y ministros en España. Y ya comienza a oírse ruidos leves, percepciones en alza, rumbas sin ritmo, ciclistas que quieren llegar a la meta sin montarse, alegorías y conceptos metafóricos hirientes y relativos al pasado político del adversario.

Se constata, así, que ciertas personas, al llegar con su soberbia a la "perfección", producen otros egos no siendo capaces de mantenerse en sí mismos; personajes que se autoclonan e impasibles aseveran lo que poco antes han negado o resaltan ahora lo que previamente denostaban, lo cual produce un tiempo de emergencia social inaudible, pese a que los chascarrillos y baturrillos atasquen y cansen a las propias palabras, fastidiadas de esclavizarse por cuantos barbotean: gárrulos, boceras o bocachanclas.

Ya no es necesario remitirse a las hemerotecas para enseñar las vergüenzas de los camaleones, sino basta con zapear por cadenas de radios, canales televisivos o viseras digitales y ver que en cada instante cualquier síntoma es analizable por sí mismo, expresiones uniformes que terminan arrugándose, entreviéndose las contradicciones y estrategias que cada uno se pone para saltar a la comba de la política.

Evidentemente, España no es un bar que se traspase ni tampoco una almena desde la que se pretenda echar aceite ardiendo a visitantes que crean hallar tras sus murallas a Frankestein, sino más bien un Estado de Derecho que necesita más protagonismo y menos figuración a fin de que el trabajo a realizar por todos no sea mera ficción y, eso sí, si la maniobra falla, porque nadie ayude, no pasa nada, dejemos a los "perfectos" que sigan delirando, pudiendo servirse como canción de fondo la de polichinela para entonarla en alto y terminarla con un cata-catapún, catapún, catapún, como los muñecos en el pim-pam-pum.