De mis tiempos mozos o juveniles todavía vengo padeciendo una pesadilla que me hace despertar en medio del sueño. Y cuando menos me la espero. Se suele reproducir, ya digo, de tiempo en tiempo, no dependiendo ni de la climatología ni de los aciertos o errores, alegrías o dolores que la vida me viene sorprendiendo desde hace ya muchos años. Cuando le da la gana. A capricho, a veces parece. Y siempre es la misma.

De cuando tenía una Orbea, -bicicleta buena donde las haya- de color verde. La curva del campo de la fiesta, así conocida, sin mayúsculas, se prestaba para tomarla después de una suave bajada, que engañaba, --¡vaya si engañaba!-, invitando a tomarla casi rozando el pedal izquierdo en la tierra y morrillo. Para la izquierda era bajando. Allí se perdieron algún que otro diente, alguna que otra rueda, alguna que otra magulladura por todo el cuerpo, amén de otras lesiones de menor importancia que nunca, por suerte llegaron a fractura, pura y dura. El que más y el que menos, de todos aquellos jóvenes ciclistas, seguimos guardando algún recuerdo debidamente señalado y tatuado en el cuerpo. De recuerdo no muy grato. Luego, ya asfaltada, algún que otro accidente también se colgó.

Famosa fue aquella múltiple caída de seis bicis, más tres acompañantes que iban de paquete. Hubo para todos, bicis incluidas. En víspera de fiesta patronal tenía que ser. Más de uno se quedó sin bailar ni andar detrás de las cañas de las bombas a recoger los hilos, que luego tanto uso se les daba a unas y otros.

Una voz ininteligible me dice que me aclare, igual que mi amigo el viejo y vecino de la parroquia. Talmente. Y me aclaro: es como si estuviera sumergido en un mar en calma chicha, y, de pronto, me falta el aire, y me ahogo. Subo a la superficie desesperadamente, y respiro ruidosamente al tiempo que me despierto, totalmente sentado ya en la cama. Y al volver a la vida, la angustia desaparece, pero no por completo. Aún me llevará algún tiempo volver a conciliar el sueño. Me veo bajando la curva del campo de la fiesta, notando que los frenos no responden y que de un momento a otro voy a estar dando vueltas, totalmente indefenso, por la cuneta, y sujeto fuertemente el manillar incapaz de variar la dirección. Catapum. Y despierto.

No. Con esta pesadilla no necesito usar drogas ni alcohol alguno para sentir tanto malestar posterior.