El Partido Popular es desde hace tiempo un barco que navega a la deriva. La brújula de Génova no ha sido capaz de enderezar el rumbo, de corregir los malos pronósticos que arrojan todas las encuestas. Un capitán y una tripulación que hace tiempo perdieron sus cartas de navegación, que fueron incapaces de interpretar la luz de muchos faros que indicaban que la ruta elegida estaba llevando el barco a un encallamiento del que costará mucho salir.

Hoy el PP es un partido sin proyecto político creíble, incoherente y falto de honestidad para con sus electores. Un partido que cotiza a la baja, no solo por la gestión política hecha, reflejada en una tramitación tecnócrata con la que aferrarse al poder por encima de principios, valores o ética antaño defendida, sino también por la extensa mancha de la corrupción. El adiós de Rajoy, la convocatoria del congreso extraordinario y la renuncia de Feijóo por coherencia y compromiso con Galicia y los gallegos, ha supuesto que en el PP se abra una cruenta guerra interna con seis aspirantes a presidir la formación. A día de hoy ya no hay discurso de "unidad". Lo deseable sería que los candidatos fueran capaces de dejar a un lado sus rencillas personales y dedicasen el tiempo a hacer un certero análisis de la situación del partido, a presentar un proyecto con una renovación profunda y la elaboración de un ideario claro, reconocible y creíble. La recuperación de muchas de las políticas que antes eran una bandera atrayente del PP y con las que se identificaba la mayoría del electorado de centro-derecha. Es urgente y necesario volver a conectar con una gran parte de su militancia, con su verdadero electorado. No hacerlo así, supondrá poner en serio riesgo la supervivencia de un partido hoy sumido en un preocupante descrédito.