Hace ya mucho tiempo, demasiado, que no veía una tertulia deportiva, con la que en un tiempo, ya digo lejano, solía disfrutar. Una de estas noches, entre publicidad y anuncio, aparqué por unos instantes el mando del TV. Son tertulianos que muy a menudo se enfadan y encabritan unos con otros, tan molestos como si de verdad estuvieran sufriendo algún daño físico, lanzándose ladridos y rebuznos continuamente unos a otros, según su propio interés o fobia les dicta. Un hábitat que rebosa moral por todos lados.

Y allí en medio de tan atocinados y doctos periodistas, va el gurú de la asnal tertulia soltando el sublime razonamiento de que era la oportunidad de su vida y que esa oportunidad no se podía desaprovechar bajo ningún concepto. Los valores éticos y morales en alza de este siglo XXI se ponen de manifiesto trastocados en los genuinamente propios de cualquier trepa político o social. Y no hay ni da para más.

Y de pronto me acordé, justamente ahora en estos mismos días, que, personalmente acabo de cumplir -después de casi treinta años- uno de los sueños de mi vida. Pero lo he cumplido sin perjuicio ni prejuicio de ningún tercero. Sin dejar por el camino ningún tropiezo ni nadie que luego me tenga que pedir explicaciones. Vamos, con la conciencia muy tranquila.

Me dice mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, que lo robado no luce. Y dice bien. Y si no al tiempo, que a pesar de ser gratis acaba poniendo a cada uno en su sitio. Por desgracia, o desgraciadamente, Parvotegui, como yo le llamo, tiene muchos papanatas seguidores. Signo de estos actuales tiempos que nadie trata ni de parar ni de buscar remedio.