Hay a quienes les sienta muy bien decir lo que quieren y deben decir, pero lo cierto es que muchas de estas personas siempre anteponen ejemplos y reflexiones a su favor. A los limpios, si les conviene, los llaman sucios, y a estos los llaman limpios. Y así se expresa un exlíder político en un periódico gallego norteño, aduciendo que cuando arrecia la tormenta lo mejor es confiar en el capitán del barco ante el timón con el que navega la nación española, aunque no luzca su mejor estética y "aunque lleve en su cuerpo los nudos cardenales que le hicieron Bárcenas y Correa" (en claro encomio hacia Mariano Rajoy), definiendo de guapo o lucir de estética y de "elegante inexperto" no se sabe bien si a Sánchez, o Rivera, "que ni conoce las cartas marinas ni ha navegado la mar arbolada".

Defino lo expresado por este exlíder, como apuntes confusos o psicopatológicos y sería bueno que antes de merendarse de esa forma con quienes no le gusta, se haga así mismo un diagnóstico de madurez que garantice que uno está en un 90 por ciento al menos de equilibrio emocional.

Adjetivos como elegante, sucio? deben sustraerse en un análisis en el que el exlíder político antepone que arrecia la tormenta y que ante ello el barco debe seguir su curso con el mismo capitán, salvándose así la tripulación de enfundarse un salvavidas y de esquivar un cierto hundimiento.

Pone, por tanto, en entredicho la soberanía y sabiduría popular que en absoluto desconoce que quien lleva más segura la navegación y el puente de mando es aquel que logra abarloar la nave sin bajas en el atraque, a fin de que los que esperan en el puerto puedan emprender nuevas rutas con gran serenidad y aplomo.

En definitiva, sin temores a temporales de tropas o aves de rapiña, en que filibusteros y corsos en pleno océano logren el asalto y bien consideren limpiar arcas o ensuciar la nave, según convenga a los intereses de la tripulación señera que así se autodefinan y encima se consideren ser los únicos entendidos de cartas marinas y saber navegar en mar arbolada, eso sí, ocultando anotaciones imprecisas en el cuaderno de bitácora, en tanto que el pasaje deba ir durante todo el itinerario aferrado a lo que pueda, tanto en manga y eslora, a babor y estribor, proa y popa y, lo peor, sin esperanzas para disponer siquiera de un salvavidas, por si acaso la calma chicha se convierte en una inesperada galerna política.