La violencia, puede decirse, es de momento un embrión que se está fomentando en Cataluña, pues nadie da el brazo a torcer y los ánimos se están crispando entre bandos que ya no luchan por defender meramente un territorio sino a mantener una postura intransigente y de incomprensión con el otro.

Los territorios no deben ser nunca más que las personas, todos nacemos en un lugar concreto y está bien y lógico que crezcamos en armonía y con empatía con todo lo que nos rodea. Abuelos, padres, hermanos, sobrinos, primos y demás familia crean alrededor de nosotros una estadía paisajística y cercana de la que creemos que es la artífice de nuestra propia felicidad o nuestra desdicha, olvidando que no muy lejos de nosotros se perpetran intereses ajenos que nos hacen tomar partido por esa tierra a costa de otras que estén en el mismo estado, nación o continente, con un reconocimiento de cada una de las partes con un producto textil, tal como es una bandera.

El cruce de banderas, asimismo, no es más que un tejido que se mitifica por aquello de vestir a un territorio que con palabros de enfrentamiento o insultos viene quedando desnudo. En verdad, las banderas son hoy día como telegramas que no llegan, sirven sólo para airear regiones, geografía, zonas...

En cambio, sólo un cambio de actitud equivaldría a valorar el diálogo para que las palabras sirviesen de equilibrio y de ese modo anular meros compromisos gestuales, a fin de que aquellas permaneciesen firmes y sólidas,, tal como antaño políticos o personas de a pié firmaban tratos, dándose la mano y sin trucos ni banderas por medio.

Cataluña forma parte de España pero lo más importante es que muchos de los que residen en esa tierra mediterránea han nacido o son descendientes de otros lares donde las banderas son también un simple paño, lienzo o tela, con el que podría desempañarse esta visión tan borrosa que desde fuera de nuestra fronteras se viene observando la política y sociedad española.