Según Aristóteles, el ser humano es por naturaleza un animal político ( zoon politikon, en griego) y si es así, dice el filósofo, es porque disponemos del lenguaje racional (Lógos) para comunicarnos y deliberar sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Hablar, es, por tanto, la primera condición propia de quien practica la actividad política; su tarea es razonar y llegar a acuerdos aceptables tras un intercambio de argumentos o diálogo. Cuando se iniciaba el enfrentamiento debido al procés en el otoño pasado, algunos reivindicamos esta función comunicativa para intentar poner freno al conflicto y a la violencia. No se nos hizo caso por ninguna de las partes implicadas; no solo el Gobierno central y el de Catalunya no se entendieron, sino que éste último ignoró a los no independentistas (más del cincuenta por ciento de la población catalana) a la hora de convocar el referéndum y de declarar la independencia. No hubo deliberación ni intercambio de razonamientos, sino pronunciamientos unilaterales haciendo oídos sordos a la opinión del otro. Algo así como los niños pequeños que gritan a la par pero no se atienden ni se escuchan mutuamente. Y de aquellas lluvias vienen estos lodos: la mal llamada "judicialización de la política" (donde el primer término anula al segundo, ya que ante el juez no cabe ya dialogar, sino solo responder); y la "politización de la justicia", donde ésta se ve implicada en lo que no debiera haber llegado hasta ella, teniendo que deshacer entuertos que los políticos profesionales no supieron resolver hablando. El resultado: numerosos detenidos y altercados en las calles, además del bloqueo de los presupuestos del Estado. Ojalá se retome la sensatez y el uso de la palabra.