La misión es el presente y el futuro de la Iglesia. Los misioneros nunca son suficientes. Parecen muchos, pero siempre son pocos. El relato, la narrativa se dice ahora, sobre la misión también ha cambiado. Como la Iglesia.

Pero lo que no cambia es la imagen del misionero que por estar más cerca de la pobreza de la humanidad y del hambre de Dios, está más pegado a la santidad de vida. Hay quien se ha empeñado en colocar al misionero solo al lado de la causa humanitaria. Pero donde está el misionero es bien juntito al lado de la causa de Dios, que es la vida del hombre. El misionero no tiene nada material suyo, y lo da todo. O lo tiene todo -el Evangelio sin glosa- y no se queda con nada. El misionero es una paradoja de amor en un mundo envuelto en celofán de apariencia. Por tanto, vive muy junto a la sola voluntad de Dios y a su presencia. Y eso es lo que atrae. Esta es la narrativa maestra.