La victoria frente a Esquerra de Junts per Catalunya, la antigua Convergencia, contra la previsión de las encuestas parece significar también un deseo de moderación en el soberanismo, con la incógnita de qué hará ahora el prófugo Carles Puigdemont, que deberá responder a la justicia en cuanto ponga un pie en España. Se abren múltiples posibilidades de futuro, pero lo que está claro es que se impone el cambio en Cataluña. La histórica participación de casi el 82 % en un clima de libertad como hacía tiempo que no se vivía allí es ya todo un triunfo de la normalidad del imperio de la ley y de la democracia, algo que resulta difícil de pensar que vaya a tener vuelta atrás.