El domingo 30 de julio se celebró el Día Mundial contra la Trata de Personas, promovido por las Naciones Unidas. El Papa Francisco, que tiene habitualmente presente este tema en sus intervenciones públicas, nos ha recordado para la ocasión que cada año, miles de hombres, mujeres y niños son víctimas inocentes de la explotación laboral, sexual y del tráfico de órganos.

Tras la conferencia internacional sobre la trata de personas, celebrada en El Vaticano en abril de 2014, el Papa creó el Grupo "Santa Marta", con el objetivo de contrarrestar esta plaga social, y un año después, en 2015, el propio Papa Francisco instituyó una Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata, que se celebra el 8 de febrero, coincidiendo con la festividad de santa Josefina Bakhita, una religiosa sudanesa, de finales del siglo XIX y principios del XX, que fue secuestrada, vendida como esclava en diversas ocasiones, y que se convirtió al catolicismo, ingresando en el Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia. Su figura resulta muy inspiradora a la hora de denunciar alto y claro la trata de personas.

Lo peor, como nos recordaba ese mismo domingo el Papa, es que parece que nos estamos acostumbrando a considerar la trata como una cosa normal, y esto es cruel y criminal. No tiene otro nombre: la trata de personas es una plaga aberrante de esclavitud moderna. Debemos dar voz a nuestros hermanos humillados en su dignidad, cosificados, tratados como objetos. Y es necesario que todos, en la medida de nuestras responsabilidades, nos pongamos manos a la obra y hagamos todo lo posible para erradicar este crimen vergonzoso e inaceptable.