La recuerdo perfectamente, y han pasado casi treinta años. Qué pronto se dice, qué rápido pasan, y qué lentos son algunos días... Apenas tenía 14 años, bajaba sonriente por las escaleras de aquel frío internado en donde le quedaban muchos días por pasar (sí pasar, no vivir)... Alguien le dijo: "Qué suerte tienes, siempre tan feliz con tu sonrisa". Ella prosiguió su camino hacia el baño y allí se encerró a llorar, aquel había sido uno de sus peores veranos. Hoy me lo cuenta y lo revive emocionada: su tío favorito se había ido para siempre, aquel que la invitaba a su particular escondite en donde escuchaban Iron Maiden, o que le daba "besos de vaca". Hoy se los da su pequeño y descubre que son los mejores besos del mundo, me dice, con casi cuarenta años, que si él estuviera aquí estaría orgulloso de ella, y de su sonrisa, que llevaría seguro su niño al parque y le enseñaría a bailotear rock and roll.

Se seca las lágrimas, le pregunto si está bien, sonríe de nuevo y se va, pero antes me mira a los ojos, esos llenos de luz y me dice: "Algunas personas viven siempre en nuestros corazones, su alma nos acompaña y nos hace fuertes".

Unos días después la volví a encontrar, esta vez venía enfadada, se le notaba en su rostro. "¿Qué ocurre?", pregunté... "Lo de siempre", me respondió. "¿Qué es lo de siempre, chiquilla?". Lo de siempre es que no es necesario ir llorando por la calle para que alguien tenga la amabilidad de preguntarte qué te pasa, lo de siempre es que como me he acostumbrado a intentar sonreír aunque no lo sienta, la gente me juzga y me dice: "Bah, total, tú no lo has vivido; lo de siempre, es lo que me pasó aquel día en el internado rota de dolor bajando las escaleras, que yo también sufro, que tengo mis batallas, mis luchas, mis guerras de lágrimas con la almohada".

Ya le había cambiado el rostro, yo la escuchaba entusiasmada y un poco avergonzada, porque recordé la gente que ha sufrido tanto y que juzgo apenas sin conocer, cuando le quise responder y desperté de mi entusiasmo, prosiguió: "Lo de siempre es que estoy agradecida a la vida, a los que me rodean, doy gracias por poder levantarme y seguir sonriendo, aunque a veces cuesta, cuesta horrores, lo de siempre, es que este ciclo se acabará un día, que ni siquiera sé si será hoy, y por eso intento patalear las piedras del camino, si acaso algún día me necesitas, puedes llamarme, no pienses que -'bah, total a ella no le ha pasado'-, tal vez sí, o no...; y otra cosa, aunque me veas sonriendo, dame una caricia, o un abrazo, o mira mis párpados hinchados, a veces no es la alergia, ¿sabes? A veces son las lágrimas que no se ven...".

Vive, ama, sonríe y, si tropiezas, ¡arriba! La gente que camina con muletas va más despacio, pero no se para.