Cae la noche sobre Caracas. Y tantas y tantas otras poblaciones del país caribeño. Con él cae un manto de impunidad y brutalidad. La de un régimen tiránico, que ha perdido su base de legitimidad. No es legítimo el gobierno que hace de la violencia virtud, ni del asesinato en las calles dogma. Venezuela es una caricatura de la propia Venezuela. Una caricatura esperpéntica, pero teñida de sangre. Como lo es el régimen. A la deriva. Asentado en un abismo sobre una ciénaga que acabará por fracturar del todo y durante generaciones a una sociedad exhausta. Hastiada, y que ha perdido la resignación y el conformismo, también el miedo. Una sociedad que no tiene miedo es una sociedad libre, pese a las mordazas, a los pistoleros del régimen. Pese a los casi ya 120 muertos desde que hace meses empezaron las manifestaciones frente al gobierno de Maduro. Un régimen despótico y tirano. Pues tiranicida es el que mata la libertad y asesina a sus ciudadanos. No hay legitimidad ni legalidad, por mucho que degeneremos el derecho como antes hizo la Alemania nazi.

Escenifican su fuerza, pontifican su brutalidad. Acusan y llevan el dedo amenazante de la violencia a todo extremo, a todo cargo disidente, a todo aquél que no está del lado del régimen. Se lo han enseñado a la perfección desde fuera. Injertados y penetrados en las arterias del régimen. Policías, militares, servicios secretos, estructuras paralelas. Miedo y violencia. Y después de cuatro meses, el cansancio abate a la oposición. Son los chavales los que mueren en las calles, estudiantes mayoritariamente. Luchan por la libertad de todos. Pero no todos se manifiestan de la oposición. Las viejas oligarquías del poder económico esperan su momento, pero sus hijos no van a las calles de Caracas.

El régimen busca ahora amordazar definitivamente a la Asamblea Nacional, la de verdad, la legítima, la que ganó en las urnas hace dos años. El resto es mentira, burda, banal en medio del barrizal. También les molesta ahora la fiscal del Estado, el ministerio público. Chavista de primera hora, afín al legado de Chavez, tergiversado por Maduro y Cabello. Luisa Ortega se enfrenta al régimen. Es parte del mismo, pero no está de acuerdo con lo que están haciendo quienes detentan el poder. No es oposición propiamente pero sí se opone a los suyos y vela por la primera hora. Primera hora definitivamente muerta. Las tenazas se cierran. Asamblea y Fiscalía están heridas de muerte. Controladas todas las instituciones, la tenaza tiene una fuerza demoledora. Mercosur grita, pero nada importa ya.

En "La Catedral", la tercera novela del hoy nobel Vargas Llosa, hay una pregunta elíptica y trasladable a cualquier país y situación, "¿Cuándo se jodió el Perú?"; llevemos este interrogante a Venezuela: ¿cuándo y por quién se jodió Venezuela? Perdone, amable lector, por los vocablos, pero en la convulsión que vive el país, asomado al abismo y en frente de un precipicio de proporciones inauditas, no se nos ocurre mejor interpelación.

La demagogia, la vaciedad intelectual de esa suerte destructiva en que se ha convertido la filosofía chavista está conduciendo al país al desastre y guerracivilismo. El populismo enfangado de mentiras y patrañas, acusaciones y amenazas de Maduro y su gobierno ha arrojado al país a la quiebra absoluta y a la convulsión total.

El bucle bolivariano solo es una elipsis vacua, estéril, autodestructiva. Siempre buscando un culpable, en el exterior o en el interior. Todo en nombre de un pueblo pero sin el pueblo, oprimiéndolo, saqueando y expoliando sus recursos en beneficio propio. El desastre de gestión, pésima, errónea, a la deriva misma, en lo económico es el reflejo último de una forma de gobernar clientelar, mezquina, donde la confrontación y la arrogancia, la manipulación y la amenaza, el miedo y el recurso a la violencia desgarran la fibromialgia de un país con unos recursos extraordinarios y donde ahora mismo la pobreza, la miseria, la escasez significan y simbolizan el hundimiento y el caso de un sistema y de una economía.

Sin recursos y bienes imprescindibles, con una escasez de productos lacerante, sin asegurar tres comidas al día, sin alimentos en los comedores escolares de algunos barrios, sin medicamentos necesarios e imprescindibles, con un mercado negro que parece una montaña rusa, con una inflación que llegará a los cuatro dígitos en breve si no lo ha hecho ya, con un país saqueado y un erario noqueado sin escrúpulos por los prebostes del poder y los oligarcas de un chavismo que se ha convertido en la quimera más grande de Latinoamérica, con un derroche abismal de recursos, con unas políticas públicas infaustas y autodestructivas en inversiones tan absurdas como incontrolados, con resquebrajamiento legal e institucional vergonzoso con un poder judicial títere y rehén del chavismo, con una inseguridad jurídica que atropella derechos y libertades, la nueva burguesía chavista ha roto el país en dos y ellos consolidado el expolio.

Venezuela es hoy un espejismo esperpéntico de lo que un día, no tan lejano fue. Sin que este fuere perfecto y manifiestamente mejorable, dos décadas después el experimento ha explotado hundiendo la economía, la sociedad fracturada en mil pedazos y lo institucional una copia vergonzosa y lastimosa de lo que un día fue.