Que alguien me explique, con argumentos y palabras sencillas que yo pueda entender, cómo es posible que se paguen cantidades astronómicas por un jugador de fútbol, cuyo único mérito consiste en su habilidad para dar patadas a un balón, y no siempre con acierto. Consecuentemente, estos individuos, egocéntricos y narcisistas, se creen los nuevos dioses del Olimpo. Y nosotros, que los ensalzamos y aplaudimos, tenemos nuestra cuota de responsabilidad.

¿Qué está pasando en este país, con cerca de cuatro millones de parados, para que los grandes clubes y sus privilegiados jugadores, cuya opacidad en el cumplimiento de sus obligaciones fiscales es más que evidente, despilfarren, sin el menor recato, sumas de verdadero escándalo? ¿Cómo se puede entender que haya recortes presupuestarios en Investigación, Sanidad, Educación y Servicios Sociales, cuando se derrochan cantidades indecentes en el fútbol?

Convendrán conmigo en que estas operaciones mercantil-deportivas, se mire por donde se mire, son una provocación y una obscenidad. Como también lo es que no exista una norma legal que impida estos desmanes.