Como madre pienso que la mejor herencia que se le puede dejar a un hijo es la fe, y por supuesto, su vivencia.La fe es ante todo la adhesión personal del ser humano a un ser supremo, Dios, y al mismo tiempo e inseparablemente a toda la verdad que Él ha revelado. Esta fe, "don gratuito de Dios", es una virtud sobrenatural que se nos infunde con el Bautismo, pero que también madura con cada uno de los sacramentos que vamos recibiendo a lo largo de la vida. Los padres tenemos un papel principal en que este "regalo del Cielo" marque a nuestros hijos ya desde la más tierna infancia.No es fácil que los niños entiendan los misterios de la fe, pero sí podemos presentarles a Jesús como su mejor amigo, el que nunca les va a fallar.

A pocos días de que mi hija reciba a Jesús por primera vez, el día más importante de su vida, quiero recordar con cariño al sacerdote que me dio la Primera Comunión cuando tenía seis años de edad, don José Cordeiro, -que en paz descanse- primer párroco de Santa Teresa de Jesús. Son numerosos los recuerdos que alguien puede dejar en nuestra alma y en nuestra vida. Se tratan de pequeños pero extraordinarios gestos, palabras de afecto y su cercanía con las familias. Hoy, cuando la mayoría de las Primeras Comuniones son un acto social, recuerdo el día de mi Primera Comunión, recibida junto a mi hermano, con unos trajes confeccionados con gran ilusión y cariño por mi madre, lejos de todo el boato que hoy rodean a lo que más se asemeja a un "paripé" en vez de a un sacramento.

Es un buen momento también para acordarme de los que tuvieron fe, y por distintas causas, prescindieron de ella. Todos hemos pasado por dificultades en esta peregrinación que es la vida ¡Qué importante es la labor de un sacerdote!; puede acercar muchas almas a Dios pero también puede ser un obstáculo entre una persona y su Creador. He conocido a sacerdotes santos, pero también a personas ordenadas en el sacramento del Orden, con una orientación más profesional que vocacional, que lejos de parecer ministros de Cristo han causado mucho dolor y daño irreparable. Escribía San Josemaría Escrivá en la primera de sus tres últimas cartas alertando contra falsos pastores y actitudes cómplices: "Ausentarse, callarse, diluidos en una ambigua actitud, alimentada por silencios culpables, para no complicarse la vida."

En mi experiencia como catequista he comprobado que realmente lo más importante para todos los niños -que no para todos los padres- es el saber a quién van a recibir. En muchas ocasiones, los padres ya no acuden con sus hijos a recibir posteriores comuniones. Esto es debido a la creciente secularización que vivimos, pero también es verdad que faltan como dice Benedicto XVI "pastores que resistan a la dictadura del espíritu del tiempo". Faltan referentes sacerdotales, lo que se traduce en una escasez de vocaciones al sacerdocio. La Iglesia necesita sacerdotes santos, ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso de Dios y sean sus testigos convencidos.