Me puedo imaginar a la muerte con una guadaña en una mano y en otra un teléfono vía satélite para poder llamar allá desde donde se esconda y donde, a buen seguro, la cobertura será escasa para contactar con alguna agencia de publicidad que determine el nombre más "comercial" para un nuevo engendro tecnológico que tendrá por único fin delegar parte de la ingente carga de trabajo a la que se ve sometida esa dama negra por causa de nuestra estupidez y desmesurada ambición. Aún así hay que reconocer el mérito de aquellos que determinan esos nombres: Tomahawk, Predator... Marcas registradas de la extinción con una connotación inequívocamente bélica, desde las míticas cargas del Séptimo de Caballería contra indios armados con esas hachas de mano hasta los precisos misiles Tomahawks. Me cuesta imaginar un lanzamiento mejor; y nunca mejor dicho, que el de este producto, cuya simple mención evoca sangre.

A pesar de todo, me sigo preguntando si las grandes firmas de marketing que diseñan las campañas para inocuos champús, coches más ecológicos, comidas con menos colesterol, son las mismas que utilizan su imaginación para el negocio más lucrativo: el de la guerra, algo a lo que Sun Tzu definió como arte.

El paso del tiempo nos ha traído mejoras notables en este campo: catapulta, ballesta, cimitarra... Eran nombres sin el glamour del arma más fabricada de la historia el Kalasnikov Ak47. Cabe pensar, pues, que la muerte ya ha actualizado su imagen al igual que sus herramientas de trabajo. Es más, seguro que ya ha registrado su propio nombre siguiendo la exitosa saga: iPhone, iPad... iDEATH. Porque como estamos viendo, solo hace falta disponer de una conexión a Internet para poder causar una devastación global .