Acabamos de ser testigos de la tragedia, retransmitida a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, de la muerte de un ciudadano español, el joven banquero Ignacio Echeverría, en el puente de Londres. Hecho que nos ha conmocionado por todas las circunstancias que han rodeado a su muerte y el posterior y difícil reconocimiento de su cadáver. Encontró la muerte sin buscarla, como un héroe, por socorrer a una señora atacada por unos yihadistas, asesinos en serie, que cometieron el último atentado en Londres en la noche de un infernal sábado del presente mes. Unos, buscan cazar de modo fortuito e inesperado a sus víctimas, por su desprecio a la vida. Por el contrario, otros ciudadanos de monopatín en este caso, por socorrerlas, no dudan en salir del grupo de amigos, ponerse a su lado y defenderlas, ofreciendo su vida sin pensar que hacen nada de particular, como un acto instintivo.

¡Qué ejemplo de solidaridad sin haberla buscado! Posiblemente estos actos solo surgen cuando se cultiva a diario un sentido de éxodo de sí mismo hacia los demás y de compartir su suerte. Por ello, estas son trágicas noticias cada vez más frecuentes. Muestran que hay todavía héroes anónimos que solo salen a la luz en momentos en que se mide el grado de humanidad. Quizá hay que cultivar cada día esos actos solidarios en la familia, amistades, trabajo, círculos sociales, ONG, para que cuando llega el momento salgan estos actos heroicos. Según sus amigos, Ignacio fue el único que se paró a socorrer a la mujer que estaba siendo apuñalada y se enzarzó con el agresor.

Has demostrado que eras nada menos que todo un hombre, como reza el título de una novela unamuniana. Un gran consuelo para su familia en medio de tanto dolor. ¡Ignacio, descansa en una paz más que merecida! Ya eres uno de nuestros grandes ciudadanos en el mundo. Mereces no una medalla ¡Las mereces todas! Porque la vida no tiene precio.