Desearía rendir el más modesto de los homenajes a Carlos Casares. Siempre admiré su sencillez brillante, su aprecio por la gente, su simpatía, la lealtad a sus ideales políticos, el amor por su tierra. El otro día un camarero de Sabarís me decía : "En esa mesa se sentaban Casares y Torrente". Hablaban de la recogida de las castañas, del hambre en el mundo, del libro digital, de la flor del naranjo. Era un anecdotario viviente. En su casa de Vilariño pude ver cómo disfrutaba de su tren eléctrico. Durante años fuimos compañeros de las fatigas de la docencia. Le agradecí que me dedicara dos de sus inolvidables "Crónicas" diarias con sus reflexiones sabias sobre mis aventuras. Daba y recibía cercanía y cariño.