En el Fontana seguía oyendo por activa, pasiva y reflexiva las encontradas y enconadas opiniones y matices sobre el derbi que un grupúsculo, o tropel de personas más bien maduras, decía y desdecía atropelladamente referente a las correspondientes consecuencias, efectos y resultados de algún que otro lance, producto de la miopía o del buen hacer del árbitro, del jugador o del entrenador de turno, yo me tomaba mi acostumbrado vino del mediodía, -jipi vermú que otros dicen- molesto con tal escandalera.

Poco importa que cuentes las veces que vieses aquellos lances del juego, que los historiadores de la materia se encarguen de explicar lo que ha pasado y la televisión lo repita a modo lento una y otra vez, que uno como buen entendido que es ya lo tiene clasificado como pecado mortal o venial de antemano y no se cansa de dar su autorizada y sacrosanta opinión.

Es inútil luchar contra esa freudiana manía de comentarios del día después, vayas al bar que vayas, siempre lo mismo, pues cada uno sigue creyéndose a pies juntillas su propia propaganda que barniza a destajo con el rescoldo de imperiales fanfarrias que son pura fantasía. Y que a fuerza de repetir las mismas mentiras debería al menos levantar algo de sarpullido en pieles tan finas como puedan ser las futbolísticas pasiones.

Esto que estoy diciendo requiere más la opinión de un psiquiatra.

Naturalmente un buen profesional y de pago mejor. Aún me quedan unas cuantas versiones por oír, pero como dicen en Londres o Negreira: "The victory has a hundred parents but defeat is orphan". La victoria tiene cien padres pero la derrota es huérfana. Verdad donde las haya.