Un maldito día de lluvia, así ocurrió, por culpa de un maldito día lluvioso conjurado con la vanidad de un conductor más preocupado por deslumbrar con un coche aparente que por el estado de unas ruedas: que ayer, le hubiesen agarrado a la superficie mojada del asfalto. Pero... eso fue ayer. Hoy, si es que existe un hoy para los muertos, solo queda de mí: un cuerpo en un ataúd; las lágrimas de los míos; todo lo que quise hacer y no hice, y la fría soledad de un cementerio.

¡No puede ser! ¿Al final todo se reducía a esto?, a una caja de madera con tacto suave y acolchado. La verdad es que siempre me había parecido absurdo tanto dispendio para que los muertos no padeciesen de la espalda en la eternidad, sin embargo bajo la perspectiva del momento, y con ello me refiero a estar boca arriba y a oscuras, hacen que mi punto de vista haya variado notablemente. Sería absolutamente fastidioso el dolor de ciática durante una infinidad de años por culpa de ahorrar un poco más en el "Más Allá". El pánico se va apoderando de mí entre pensamientos disparatados fruto del nerviosismo. Intento comprobar si estoy enterrado por confusión golpeando con mis manos la tapa del ataúd con la esperanza de que esta sea la peor de las pesadillas. No consigo notar el impacto de los golpes en mis manos, ni su movimiento. Es lógico, me digo, deben estar dormidas por lo incómodo de la posición. Grito con todas mis fuerzas, y el único sonido que escucho es el de mis pensamientos. ¡Dios, estoy un poco muerto! ¡Muerto de verdad! ¿Y ahora qué? Me vienen a buscar, ¿o qué?, porque yo no consigo moverme. Y si vienen a por mí, ¿a dónde me llevarán? No he sido mala persona en vida, incluso cuando me han matado no he pronunciado ninguna blasfemia, ni le he deseado nada malo a aquel chaval, a pesar de que nunca podré despedirme de mi mujer y mis hijas por culpa de la velocidad, por culpa de unas ruedas gastadas...