Soy de carácter poco dado a festejar celebraciones que uno va repitiendo a lo largo de los años. Ya el solo hecho de celebrar un año más tiene su aquel. Después de una larga convivencia con mi mujer -diplomada cum laude en estas lides- me metió, y bien metido, el gusto de tener que acordarme de algo digno de celebración.

Si tuviera que hacer una lista de los recordatorios que conjuntamente hemos festejado, a buen seguro que no me llegaría esta hoja completa; desde nuestro primer beso hasta el día que casualmente coincidió con?

Viene esto a cuento de que ayer mismo celebré por todo lo alto el acabar un cuento sobre el aburrimiento. El primer borrador lo había escrito aproximadamente hace seis meses. No me gustó. El segundo lo empecé un mes más tarde. Tampoco me convenció. En el tercero empleé dos meses y no me sedujo en absoluto. Los tres completos a la papelera. Cosa inaudita en toda mi "producción literaria", que suelo guardar todo lo que mal escribo, pues siempre alguna parte puede ser aprovechable. Pero esta vez no. Me pudo más el enfado.

Así pues, ayer mientras le daba los últimos toques, decidí que este sería el definitivo. Muchas vueltas le dí pero al final, medio enfadado, decidí darle un cuatro sobre diez y me juré que ya estaba bien y merecía ser celebrado. Llevando de cuando en vez el ritmo con el pie música popular portuguesa, dispuesta una bandeja con queso y latas de anchoas, -merienda-cena- abrí una botella de albariño bien fría.

La celebración fue apoteótica. Hoy al despertarme el gato con el que vivo no dejó de mirarme todo extrañado al tiempo que maullaba todo malhumorado, como si fuera la primera vez que me veía. Al entrar en el salón lo comprendí todo. Incluido el molesto dolor de cabeza. Allí en la mesita, una luna menguante de queso, tres latas vacías y dos botellas idem de idem le hacían guardia.

El cuento transcurre en Fontiñas mientras espero desesperado que un familiar pase una revisión médica. Pronto podrán juzgarlo, próxima su publicación. No les aburro más.