Y ¿por qué no hablar del botellón? Lo tenemos de boca en boca y va superando el efecto contagio entre jóvenes -a los que no quiero llamarles niños- simpatizantes y cómplices, en este divertido y peligroso juego, a sabiendas del daño que se están haciendo y alterando la preocupación de algunos padres, tratando de controlar a sus hijos -que muchos no consiguen evitarlo-. Lamentable si después tienen que acudir a un centro sanitario para recogerlos en mal estado, donde hace días vimos en la prensa local de haber sido atendidos l72 menores por estas bromas. Y menos mal mientras no sea de mayores consecuencias.

Problema difícil, está al alcance de todos, ya lo sabemos, pero hay que encontrarle solución por drástica que sea, para resolverlo. Y pedir responsabilidad para sus organizadores y colaboradores si los hay, por daños y molestias a los vecinos y limpieza que, después de estas "juergas", dejan todo con un aspecto deplorable de civismo, con daños a contenedores y suciedad para no ver.

Y ahora les cuento, a los padres, por si quieren tenerlo en cuenta: Generalmente en viviendas familiares se toma alguna botella de bebida alcohólica y, si hay niños, querrán imitarnos -a mí me lo hicieron alguna vez- al ver a hurtadillas intentarán probar, como hacen los mayores, y mejor que no pasen de ahí.

Pero aquí está lo grave, intentando imitar: Mi hermano y yo, entonces con unos diez y doce años y dos primos, muy poco mayores. Un día que los padres de ambos fueron a una feria para compra de cría porcina, nos dejaron solos, con preparada comida, muchos consejos y todo atado y bien atado. A su hora, después de comer satisfactoriamente, decidimos tomar unas copitas como los mayores, pero no encontramos la botella de licor café, ni la de aguardiente. Fuimos a la bodega, donde no estaba a mano un vaso, ni molestarnos a subir a por él, nos sentamos al lado del bajo barril de aguardiente. Le sacamos la espicha y poníamos la boca para un trago, tapando con el dedo. Luego otro y el otro. Hasta cuando nos pareció.

Cuando llegaron los padres con la compra, entusiasmados para enseñarnos, nos encontraron tirados por el suelo, llorando, quejándonos o devolviendo. Suponeos el susto y disgusto que les dimos a nuestros padres. Resultado: no recuerdo como salimos de ella. Murió uno de los primos. En este caso no por el botellón, fue por el barril, en donde pudimos quedar los cuatro.