Quién te ha visto y quién te ve. Sí, esa misma España a la que en otra época la cantautora Cecilia, con sus poéticas letras, describía un país que pretendía recuperarse de la pobreza y de la miseria. Esta España en dudas, esta España cierta.

Han transcurrido muchos años desde que nuestros abuelos no habían tenido otro remedio que emigrar de la tierra que los vio nacer. Pero los tiempos cambiaron, después de la tempestad siempre viene la calma, dice el proverbio. Hasta el término emigración desapareció del dialecto político para convertirse en movilidad exterior.

Este nuevo concepto moderno de éxodo se lo debemos a la actual ministra de Empleo. Una nueva definición que pretende, sin conseguirlo, maquillar un escenario tétrico en el que nuestros jóvenes no se van, los echan. La política del cambio, que dirían algunos. No se alarmen, no voy a dar un sermón populachero.

Esos precisamente, los que hablan y hablan de la regeneración democrática, son los máximos responsables de que España se haya convertido en un país irreconocible. Además de la charanga y la pandereta, las tramas de corrupción, delitos fiscales a gran escala y demás delitos contra el erario público son también marca España.

Apenas queda nadie en quien confiar para llevar las riendas de una nación de la que todos querríamos estar orgullosos. Hubo un tiempo en que nuestra monarquía parecía ser un punto y aparte. Hoy en día es un punto, pero no un aparte, en un escenario en el que, además de tesoreros, diputados, ministros y banqueros, algún que otro miembro de la Casa Real ha sido descubierto con las manos en la masa.

Aquellos que tomaron las riendas de un Estado con beneficios, lo han convertido en un Estado con múltiples hemorragias. Ni tan siquiera intentan curar nuestras graves heridas ni pagan los brutales desperfectos que han ocasionado. Los ciudadanos nos sentimos indignados, engañados y flagelados en nuestra autoestima.

Necesitamos demostrar a los que nos dirigen que no estamos dispuestos a seguir soportando más estafas y atracos.