Es cierto, para qué negarlo, que los ciudadanos siempre hemos sido muy proclives a juzgar y condenar -impulsivos e irreflexivos que somos- dependiendo de a quién se juzgue. Pero es que, aunque es cierto que la justicia sentó en el banquillo de los acusados a una infanta de España, pretendiendo dejar claro que todos somos iguales ante la Ley, siempre desconfiamos que se trate de una cortina de humo, de un espejismo, para aplacar los ánimos.

Así las cosas, lo que ayer fue un presentimiento de absolución, hoy es un sentimiento de frustración y mañana solo será un recuerdo de indignación.

Puede existir agravio comparativo con otras causas judiciales de menor entidad, con sentencias incomprensibles que consideramos injustas. Pero ya se sabe, en estos casos nuestra vehemente opinión carece de objetividad porque la indignación nos condiciona y eso la hace subjetiva y la invalida. Y a pesar de nuestra ignorancia en materia jurídica, seguimos pensando que nos asiste la razón, convencidos de que la justicia nunca es igual para todos. Pues sabemos que quien tenga menos recursos para litigar, siempre estará en desventaja frente a los que pueden contratar los servicios de prestigiosos bufetes de abogados.

Por lo tanto, recordando el título de una obra de teatro del inolvidable Adolfo Marsillach, concluyo diciendo: yo me bajo en la próxima, ¿y usted?