Asistí a la inauguración del Hospital Almirante Vierna. Entonces, una obra expresiva y referente de una ciudad en continuado desarrollo socioindustrial. Me alegra que se mantenga su silueta y se sanee el corazón para bien de todos. Cuna y ataúd de gente querida. Terapeuta de múltiples males. Nunca hubiera autorizado la demolición de las escalinatas de entrada, pero se imponía su amplitud con los años, y antes que la estética está la salud.

Mi estancia en ella me obligó a contar en un artículo en Faro de Vigo las amables maneras del personal sanitario de atender a sus pacientes, entre los que me contaba, como prueba de gratitud. La ratonería imponía un nuevo hospital acorde con una actualizada demografía de ámbito local y pueblos afines. Y nació el Hospital Álvaro Cunqueiro. En mis caminatas a Valladares me permitió verla crecer como a un nieto.

Y si bien con el hospital antiguo estaba a cien metros de mi vivienda, y ahora a seis kilómetros, me pareció que era de obligado cumplimiento. Con el tiempo la historia reconocerá el gran acierto político del PP, al frente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, y abierta colaboración del alcalde de Vigo, Abel Ramón Caballero Álvarez, político del PSOE, economista y escritor.

Por un tiempo, no sé si por naturaleza de la política se ha cuestionado una obra de relieve y de necesidad urgente, cuando la mejoría tanto a escala de acogida como de atención al enfermo son innegables. Y, como se suele decir en filosofía, el axioma no requiere explicaciones porque no la admite.

Los que por la causa que fuere han habido que personarse en el Hospital Álvaro Cunqueiro -hasta el titular me parece un gran acierto, conocedor de la biografía de tan apreciado escritor de Mondoñedo- es de alabar la gran obra sanitaria que se opera dentro de ella y la atención afectuosa con todos los atributos que conlleva el término, del personal, como si el espacio y la higiene repercutiera en ella positivamente y de manera espontánea llegara al paciente, procurando un alivio al entrar en el hospital.

Lo mismo en política como profesionalmente, el Hospital Álvaro Cunqueiro será considerado como un referente similar al del antiguo Hospital Xeral, Almirante Vierna -Pirulí-, que tanto bien supuso para la vida de la ciudad y aledaños.

Un nivel bajo de función política no puede nublar la excelente obra sanitaria de la envergadura del Hospital Álvaro Cunqueiro que, como toda obra humana, siempre es perfectible en cuestiones menores que quedan paliadas cuando el personal, sin excepción de categorías, se ofrece con una esmeradísima delicadeza y sobrada sonrisa, y si bien las esperas son todavía mínimamente largas, el factor ambiental optimista abrevia lo que es un problema puramente de escasez de personal, aunque no tan alarmante como para calamitar como algo inservible e inadecuado.

No trato de olvidar el tema del tráfico en sus variables de acceso y estancia, que espero tengan una pronta solución para contento de todos, pero no es tema de la presente carta que no sea la de resaltar el talante humano, profesional, que merece una reconocida admiración pública. Por lo de pronto, de gratitud de mi parte.