En el recuerdo de mi memoria ya no habita la última noche en la que pude dormir sin miedo; la palabra "sueños" carece de significado alguno para mí. Quisiera haber tenido la suerte de haber nacido en otro lugar donde no fuese castigado por la codicia y los errores de otros. He rezado cada día con más fuerza, pero el sonido de las bombas y los disparos es también cada día más fuerte.

Me llamo Afnan, soy un niño de ocho años que vive en Mosul, la tercera ciudad más importante de Irak. Muchos de mis amigos se han escapado de aquí, otros no han tenido tanta suerte: fueron forzados a irse con el ISIS y, mi mejor amiga, Mina, murió por una explosión cuando intentábamos huir de este horror. Mis padres me dicen que pronto todo cambiará, que no me asuste. Y yo les pregunto, ¿qué es lo que hemos hecho tan mal para ser castigados de esta manera? Sus ojos bañados en lágrimas me miran con la desesperación de aquel que no tiene respuesta a una injusticia, saben que dentro de cuatro días cumpliré nueve años y, entonces, me llevarán para ser uno de ellos, para volver algún día aquí convertido en un yihadista más que disparará una bala que tal vez alcance a mi madre, a mi padre o algún amigo. Pero, ya será demasiado tarde, porque no podré acordarme de sus caras.