Iba caminando envuelto en mis pensamientos camino de los templos de la justicia cuando, en sentido contrario, me encuentro a un letrado que conozco desde hace tiempo; precisamente lo conocí a través de un amigo que tenía problemas sobre una sepultura. Tan pronto le esbozó su problema, el letrado exclamó: "¡Tenemos pleito sobre el sepulcro!". Y exclamé para mí: "¡Aún no está el hombre enterrado!", y enseguida concluí, ya tenemos letrado. El hombre es socarrón e irónico, así que me atreví, después de saludarlo, a formularle una pregunta sin mayor importancia. Le dije: "¿Qué, cómo está la justicia?". No había cerrado mis labios cuando el avispado letrado me contestó: "¿Cuál: la divina, la humana, en general; la de Vigo, en particular?". Respondí que no sabía que había tantas justicias, a lo que me dijo, es "una, pero muy dividida", esbozando una sonrisa malintencionada. Viendo venir al abogado y acordándome de mi amigo, el de la sepultura, atajé rápidamente y seleccioné la que, a mi entender, sería la más corta y prudente, "la de Vigo"; pues, encontrándome a las puertas de los juzgados, quizá podría obtener una información que pudiera servirme. Y en esto comienza diciéndome: "¡Querido amigo!, que no cliente, estás en la única plaza de Vigo donde no verás a ninguna madre corretear con sus hijos al cálido sol del invierno ni a darle la merienda, lo cual te da una idea de la influencia de los templos que rodean la plaza: juzgados, Hacienda y, en la lejanía, la iglesia del Perpetuo Socorro; nombre acertado por estar entre los dos anteriores.

Esta plaza está presidida por el ilustre y buen hombre Orencio, que no está aquí por méritos técnico-jurídicos, sino por técnico-lingüísticos y porque era una gran persona. Echándome una mano por el hombro me dijo: "Lo ves", me lo mostró con la mano, "ahí lo tienes al pie de un ciprés, árbol del cementerio y lo único recto que hay en esta plaza, pues al bueno de Orencio, además de tenerlo todo pintado, con pendientes, bigotes y poco aseado, lo han puesto viendo para la iglesia del Perpetuo Socorro, dándole la espalda, mejor digo la nuca, a la que en otra hora fuera su casa, los mal llamados edificios de justicia, porque en realidad deberían llamarse templos de la verdad o de la razón, cuyos sacerdotes, los jueces, presiden las ceremonias rituales de las que sale siempre la verdad, pero de eso te hablaré otro día que con más tiempo. Siguiendo con Orencio, creo que alguna alma piadosa lo colocó así porque en la iglesia está la salvación, ya que allí es el único lugar donde la justicia es divina".

"Todo cuanto aquí ves es efímero, como la vida misma; hoy aquí y mañana en el Pirulí y, pasado, ¿quién sabe?, si antes era el Perpetuo Socorro después será Santa Rita, patrona de lo imposible, Orencio se quedará solo como Fonseca en verano, sin Ciudad de la Justicia, pero mientras no vengan los de la mudanza, aquí tienes una plaza a merced de los funcionarios, ya que aquí solo estacionan ellos". Es un derecho inherente al cargo, pensé yo, así que si vienes de Alaska o del Calvario tendrás que dejar tu vehículo en el estacionamiento de pago, puesto que aquí no hay sitio para "carga y descarga", y si te atreves a dejarlo un momento porque necesitas entregar un papel, lo llevas crudo, porque hay un señor gordito (otro que se quedará sin chollo cuando esto desaparezca) que está en la rampa que te llama a la grúa, la cual aparece antes que cualquier ambulancia y antes que te sellen tu escrito tienes el vehículo en el depósito municipal. Ahora pasaremos al edificio donde se imparte justicia. En cuanto subas verás carteles de todo tipo, desde los anunciadores del carnaval de Laza hasta la convocatoria de alguna huelga que ya transcurrió hace algunos años, pero lo que más te llamará la atención son unos que anuncian, cual premonición de lo que te va ocurrir, y que dicen: "Y tú ya sabes que no vas a cobrar y que si estás de baja no cobras". Llegados a este punto, interrumpí a aquel hombre que estaba emocionado con la lección de anatomía judicial y todavía estaba en las afueras del meollo, alegando que era la hora en la que estaba citado. El letrado, que se dio cuenta de la jugada, sonrió y amablemente me dijo: "Otro día hablaremos de la justicia divina". Tras la despedida pensé, acordándome del de la sepultura, si lo que sabes echas en olvido, nada sabes por más que hayas sabido, ¡dios mío, cómo está la justicia! Y el PP al final de su mandato sin enterarse.