Hace unos días vi en Facebook una imagen impactante. Mostraba, a la izquierda, a un bebé africano desnutrido, con las extremidades atrofiadas y la tripa distendida, todo cráneo y ojos, y, a la derecha, un perro, con gorrito de cumpleaños y un plato de tarta, siendo agasajado.

La imagen impactaba por su contraste, por la paradoja, por el absurdo. Pero en estos días he visto otras igualmente sangrantes:

Idomeni, Grecia: un padre afeita la cabeza de su hija para eliminar los piojos. La niña, rasurada al cero, en medio del barro, llora. Tiene en su pasado una guerra, un éxodo peligroso, tal vez alguna muerte familiar o cercana. El presente suena a piojos, a hambre, a lluvia y miedo. El futuro? ¿quién sabe? Ha llegado a Europa, pero esta, contraviniendo todas las leyes, las convenciones de derechos humanos y el derecho internacional ha decidido cerrarles las puertas. Devolverles a un terreno "seguro": es decir, seguro para nosotros: donde no puedan poner en peligro la sacrosanta calidad de vida de los europeos.

Plaza Mayor, Madrid: un grupo de hinchas holandeses tiran monedas y obligan a un grupo de indigentes rumanas a comportarse como animales del zoo para divertirse. A ellos, ahora, tras el escándalo montado en las redes sociales, les buscan para? ¿reprenderles?

Vigo: uno de los grupos políticos representado en el Concello, las Mareas, protesta por la concesión del título de Vigués distinguido a la Fundación Red Madre. Una asociación que ayuda a mujeres que no quieren abortar a tener a sus hijos con apoyo económico, legal o ayudándoles a buscar un trabajo, si lo necesitan, compatible con su maternidad. Terrible paradoja. Ellos denominan a esta "organización que está en contra das mulleres que decidan abortar, para o que levan a cabo dinámicas que se poderían incluso denominar como acoso ás mulleres que deciden interrumpir un embarazo non desexado".

Cuando leo estas declaraciones recuerdo a los bomberos de Sevilla que acudieron voluntarios al Egeo para ayudar a los refugiados a llegar a salvo a Grecia, y que fueron detenidos por "presunto delito de tráfico de personas y posesión ilegal de armas". Su delito era haber dedicado sus vacaciones, sus ahorros y su integridad física a ayudar a quienes se dejan en el mar los sueños, a sus hijos, su vida. Y las armas que llevaban ilegalmente, las navajas con las que ayudarse en su tarea.

Conozco a gente que trabaja en Red Madre y me consta que lo suyo es más lo de los bomberos sevillanos que lo de los acosadores holandeses. Que lo que hacen es dar su tiempo, su descanso, sus fondos y su energía para ayudar a gente en dificultades. Que "sablean" a los conocidos cunas, ropitas de bebé y pañales de donde pueden, porque siempre van cortos. Porque más de 200 familias (monoparentales en su mayoría) cuentan con su ayuda. Pero lo de la defensa de la vida es políticamente incorrecto. Y no van a dejarles hacerlo en paz. Porque no hay bien que no sea el nuestro, el de los nuestros, el que tenga nuestro color político. El que desprenda nuestra ideología. A todos los demás, palos en las ruedas. No vaya a ser que se contagie el ejemplo y haya más que se pongan manos a la obra en la vida, y no en las urnas.

A veces, cuando veo imágenes como las de Idomeni o la plaza Mayor siento vergüenza. Vergüenza de ser europea, de llamarme humana. De haber vendido mi alma por cosas, gorritos de cumpleaños... Pero cuando pienso eso recuerdo a gente distinguida, como las voluntarias de Red Madre, como los bomberos, como tantos otros. Y vuelve la esperanza. Parece que la humanidad, en esta época, se ejerce en las periferias del poder, donde siguen viviendo hombres y mujeres que hacen el bien sin mirar a quién.