Esa letra minúscula que tanto vemos en documentos de bancos, facturas o en la publicidad, en general, tanto la de televisión, como la escrita, refleja, en mi opinión, una estrategia de engaño y ocultación conscientemente buscada y, muchas veces, con un afán fraudulento. Esa letra-pulga es prácticamente imposible entenderla, por muy buena que sea la vista que se posea (o las gafas que usemos). Y ellos lo saben?

¡A cuántos nos ha quedado cara de tontos al ir a pagar un producto o servicio y oír a un dependiente, de palabra, explicar lo que esa letra mínima encerraba y que era básico conocer, antes de comprar!

Si ustedes se fijan en la publicidad televisiva, no solo es un problema no entender la letra liliputiense, sino que, si alguien se para a leerla, desaparece a la velocidad del rayo, mucho antes de finalizar su lectura.

Por favor, empresas que usan este recurso: ¡destiérrenlo ya! Somos muchos los que, en cuanto nos percatamos de que existe esa temible letra pequeña, desconfiamos automáticamente de la honestidad de los responsables de utilizarla. No creo que sea ese el efecto que ellos intentan alcanzar con su uso, precisamente.