Todos los días, o casi todos, aparecen imágenes en la prensa o en la televisión de emigrantes, de refugiados, familias enteras, cientos de personas, jóvenes y mayores, niños y ancianos, que avanzan con su hatillo -todo lo que tienen- hacia alguien que les acoja. Los vemos, pocas veces nos paramos a contemplar, a meditar, lo que ocurriría si estuviéramos en esas circunstancias. Preferimos quedarnos al margen, para no "obsesionarnos", pensando que poco podemos hacer, que las cosas son así y que la culpa no es nuestra. Pienso que eso es el egoísmo que nos hace ciegos.

Es preocupante ese egocentrismo que hay en el ambiente, el hedonismo instalado en la vida de los hombres y mujeres del mundo occidental y, desde luego, también entre nosotros. Ese es el gran riesgo, la angustia individualista a que conduce la comodidad. Eso produce tristeza, pesimismo, porque cuando no hay intención de hacer algo por los demás, la persona se queda afligida en su soledad. En cambio, en una sociedad con planteamientos claramente cristianos -de generosidad, de caridad- no hay miedo ni a la economía ni a los yihadistas -mucho menos a los políticos- pues estando todos unidos, pensando en ayudar al más necesitado, las preocupaciones son muy distintas.